
La paciencia
Voy a intentar hablaros de la paciencia desde mi lugar: En mi larga vida nunca fue algo que me haya preocupado especialmente, ni en el entorno familiar, ni en el ámbito de las relaciones profesionales y sociales. Desde la perspectiva de hoy, diría que la paciencia venía determinada por tu temperamento, el nivel de madurez que los años y la experiencia te aportaban, para soportar la situaciones a los que se enfrenta uno en la vida: aguantar personas que no te cae bien, tener que padecer charlas o discursos alejados de tus intereses, resistir a miembros de la familia con los que no coincides, y otros temas comunes de esta índole. Diría que hasta ahí la paciencia no ha sido algo del que preocuparme … ¡HASTA HOY!,
¿Quién dijo que la paciencia no tiene límites?. Yo, después de largos, felices y tranquilos años de convivencia con mi pareja, al tener que enfrentarnos con una dolorosa demencia, ha roto todos mis esquemas, la paciencia ha pasado a ser mi telón de Aquiles, descubro que sí, que la paciencia tiene sus límites; mi madurez acumulada, mi equilibrio emocional de antes, mi obligada e imprescindible preparación y formación de cuidador para afrontar la diaria y adecuada convivencia con la persona más querida, se resquebraja con cierta facilidad y solo con ella. No vale la justificación de la sobrecarga del “cuidador quemado”, del mal dormir, del aislamiento social que percibes, cada vez que mi paciencia se rompe y el comportamiento no es el que tengo que adoptar, inmediatamente me siento culpable y me reprocho haber actuado en contra de todos los principios que he venido aprendido y que por más que me esfuerce, inevitablemente surgen en situaciones especiales. El sentido de culpabilidad y el auto reproche es inmediato, doloroso, largo y profundo.
¿Qué diferencia hay entre la paciencia de siempre y la indomable impaciencia que irrumpe ahora?, ¿cómo evitarlo?, ¿dónde o cómo adquirir dosis de paciencia?, Me duele la reincidencia a pesar de las promesas que me hago a mi mismo. El complejo de culpabilidad e inmediato arrepentimiento me lleva automáticamente a la demostración de cariño, y curiosamente observo que la reacción del ser querido reacciona positivamente, como si el episodio ya pasado no hubiera existido, como hechos que se pierden y que junto como el resto de su vida pasada, duermen en el rincón de su memoria perdida.
Es el cariño el que nos da la fuerza para afrontar el día a día, “el cariño verdadero ni se compra ni se vende” que cantaba Manolo Escobar.
El amor y el cariño nos da la fortaleza para ir mejorando cada día, aunque la paciencia, en ocasiones, nos siga gastando malas pasadas.
Agustín López Bedoya
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